La mañana del 30 de septiembre, en la Plaza de San Pedro, 19 obispos y 2 presbíteros fueron creados cardenales de la Iglesia Católica por el Papa Francisco. Entre ellos, el que fuera Prior General de la Orden de San Agustín y obispo de Chiclayo, el actual Prefecto del Dicasterio para los Obispos, monseñor Robert Francis Prevost OSA.
El cardenal Prevost recibió el birrete cardenalicio acompañado del P. Alejandro Moral Antón y su consejo, el P. Miguel Ángel Orcasitas, exgeneral de la Orden, el P. Anthony Pizzo, Provincial de la Provincia de Chicago -circunscripción de proveniencia de monseñor Prevost-, diversos provinciales y superiores y, en definitiva, una larga representación de hermanos y hermanas de la comunidad agustina, así como de su familia de sangre y diocesana.
Durante su breve discurso, el padre Prevost, en nombre de todos los cardenales, habló de cómo “lo fundamental para todo discípulo de Cristo es la humildad”, sabiendo que la nueva tarea confiada por el Papa a los nuevos cardenales es "una llamada a la humildad". Ante el inminente inicio del Sínodo de los Obispos, Prevost señaló que "ser una Iglesia sinodal que sabe escuchar a todos es el camino no sólo para vivir personalmente la fe, sino también para crecer en la verdadera fraternidad cristiana" y que "la Iglesia es plenamente tal sólo cuando escucha de verdad, cuando camina como el Nuevo Pueblo de Dios en su maravillosa diversidad, redescubriendo continuamente su propia llamada bautismal a contribuir a la difusión del Evangelio y del Reino de Dios". Por último, el Prefecto de la Congregación para los Obispos pidió a Francisco que rece por los nuevos cardenales, para que "contribuyan a hacer la puerta de la Iglesia universal más pronta a abrirse, más rápida a acoger, más capaz de escuchar a todos".
La jornada anterior, en medio de una apretada agenda, la oficina de la Curia General tuvo ocasión de charlar tranquilamente con él, conocer su labor como Prefecto, su visión del episcopado, de los retos a los que se enfrenta hoy la Iglesia, junto a cuestiones más personales, como su afición al tenis, a la lectura, a los largos paseos y charlas con los amigos de comunidad.
Monseñor Prevost, en enero de 2023 conocíamos la noticia de que el Papa Francisco le nombraba como Prefecto al frente del Dicasterio para los obispos. ¿Cómo acogió la noticia?
El hecho de que el Papa Francisco me pidiera que aceptara esta misión fue toda una sorpresa para mí. Llevaba varios años formando parte del Dicasterio -desde 2020- y cuando me dijo que estaba “pensando en esta posibilidad”, yo le dije al Santo Padre: “Usted sabe que soy muy feliz en Perú. Tanto si decide nombrarme como si decide dejarme donde estoy, seré feliz; pero si me pide que asuma un nuevo papel en la Iglesia, aceptaré”. Y esto se debe a mi voto de obediencia. Siempre he hecho lo que se me ha pedido, ya sea en la Orden o en la Iglesia. Y fue entonces cuando me dijo: “Reza para que tome una buena decisión”. Y bueno… El resto ya es sabido… Es un honor recibir este mandato pero, honestamente, ha sido difícil para mí dejar Chiclayo después de tantos años, más de 20 en el Perú, siendo feliz haciendo lo que hacía. Así que… ahora de vuelta a Roma, ciudad con la que estoy, evidentemente, muy familiarizado, me repito cada día: “Señor, todo esto está en tus manos. Dame la gracia necesaria para llevar a buen puerto este cometido. Y como he intentado hacer en toda mi vida religiosa, dije sí, adelante con la gran aventura de ser un seguidor de Cristo.
¿Cómo es el día a día dentro del Dicasterio?
El Santo Padre tiene, como parte de su ministerio, la responsabilidad de nombrar obispos, de elegir quién será llamado a ser uno de los sucesores de los apóstoles. Mi trabajo, si se quiere, o mi servicio al Santo Padre y a la Iglesia es, por un lado, ayudar en ese proceso de identificación, de selección de buenos candidatos a obispos en distintas partes del mundo. No en todas, claro, pues en algunas esta labor corre a cargo del Dicasterio para la Evangelización. Por lo tanto, se puede decir que la selección de obispos es un aspecto muy significativo de mi labor. Por otro lado, una de las tareas principales del Prefecto es acompañar a los obispos, a aquellos hombres que son ordenados al episcopado, a medida que, como sacerdotes, adquieren experiencia y avanzan en el camino del Señor. Nuestra labor es, principalmente, estar a su lado buscando vías más eficaces para que los pastores del Pueblo de Dios sepan que no están solos. Para ello hemos seguido adelante con el curso para nuevos obispos que tiene lugar cada mes de septiembre aquí, en la Santa Sede. Ofrecemos también retiros y la formación permanente que pueda ayudarles a gobernar y cuidar del clero en las dificultades específicas que se presentan.
¿Qué rasgo fundamental diría que es necesario para ser un buen obispo?
Ser un buen pastor significa ser capaz de acompañar al Pueblo de Dios y vivir cerca de él, no estar aislado. El Papa Francisco lo ha dejado muy claro muchas veces. No quiere obispos que vivan en palacios. Quiere obispos que vivan en relación con Dios, con el resto del episcopado, sacerdotes y, especialmente, con el Pueblo de Dios de una manera que refleje la compasión y el amor de Cristo, creando comunidad, aprendiendo a vivir lo que significa ser parte de la Iglesia de una manera integral que incluya mucha escucha y diálogo. Estamos prácticamente en la víspera de la apertura del próximo Sínodo sobre la Sinodalidad, lo que supone reconocer lo importante que es este cometido dentro de la Iglesia. Por ende, el obispo tiene que tener muchas habilidades. Tiene que saber gobernar, administrar, organizar y saber estar en el trato con la gente. Pero, si tuviera que señalar un rasgo por encima de cualquier otro, es que tiene que proclamar a Jesucristo y vivir la fe para que los fieles vean en su testimonio un aliciente para querer formar parte cada vez más activa de la Iglesia que el mismo Jesucristo fundó. En definitiva, ayudar a la gente a conocer a Cristo a través de ese don que es la fe.
A pocas horas de ser creado cardenal, ¿cuáles diría que son los principales retos que tiene hoy por hoy la Iglesia para extender el Evangelio en una sociedad cada vez más descreída?
La misión de la Iglesia ha sido la misma desde hace 2000 años, cuando Jesucristo dijo: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28:19). Tenemos que anunciar la buena nueva del Reino de Dios al mismo tiempo que comprendemos lo que es la Iglesia en su realidad universal. Es una de las cosas que aprendí mientras fui Prior General de los agustinos y que, sin duda, ha sido una gran preparación para el papel que tengo ahora. Hay muchas culturas diferentes, muchas lenguas diferentes, muchas circunstancias diferentes en todo el mundo donde la Iglesia da respuesta. Por ello, a la hora de enumerar nuestras prioridades y evaluar los retos que tenemos frente a nosotros tenemos que saber que las urgencias de Italia, España, Estados Unidos, Perú o China, por ejemplo, es más que probable que no sean las mismas salvo en una cosa: el reto subyacente que Cristo dejó a los católicos de predicar el Evangelio y que éste sea el mismo en todas partes. Las prioridades del trabajo pastoral van a ser siempre distintas en un sitio u otro, pero reconocer la gran riqueza en la diversidad del Pueblo de Dios es tremendamente útil porque nos hace más sensibles a la hora de llegar mejor y responder a lo que se espera de nosotros.
¿Cómo se puede llevar a cabo la tarea de la "Nueva Evangelización" a la que han exhortado los últimos pontífices, especialmente en occidente, donde languidecen las vocaciones y parece que los jóvenes cada vez están más distantes con lo que la Iglesia tiene que proponerles?
Remontémonos a la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. Allí tuve el privilegio de acompañar al Papa Francisco y pude ver a miles de jóvenes que buscan experiencias que les ayuden a vivir su fe. Aquí está lo primero. Nuestra prioridad no puede ser buscar vocaciones. Nuestra prioridad tiene que ser vivir la buena noticia, vivir el Evangelio, compartir el entusiasmo que puede nacer en nuestros corazones y en nuestras vidas cuando descubrimos realmente quién es Jesucristo. Cuando seguimos caminando unidos a Cristo, en comunión unos con otros, en esa amistad con el Señor y comprendiendo lo grande que es haber recibido ese don, surgen las vocaciones. Es verdad que en algunas partes del mundo ahora mismo, por razones de diversa índole, hay menos vocaciones que en el pasado. Es una preocupación, claro, pero no creo que sea la principal.
"El sacerdocio tiene y seguirá teniendo un papel muy importante en la vida de la Iglesia y de todos los creyentes". Cardenal Robert Francis Prevost OSA
Si aprendemos a vivir mejor nuestra fe y aprendemos a invitar e incluir a los demás en la vida de la Iglesia, especialmente a los jóvenes, seguirá habiendo algunas vocaciones que vendrán a nosotros. Por otro lado, creo que hay que ver al laico como laico. Es uno de los muchos regalos que nos ha ido dando el tiempo a lo largo de los últimos años: descubrir que tienen un papel muy importante en la Iglesia. Mientras, como dice el Papa Francisco, no asuman el papel del clero y no se clericalicen, y vivan desde su vocación bautismal lo que significa ser parte de la Iglesia, empezamos a vivir con mayor claridad. Creo que el testimonio de la vida religiosa, aunque será menor en número en el futuro, tiene un valor capital por lo que implica vivir esa dimensión de consagración, de entrega total de la propia vida al Señor y al servicio de los demás. El sacerdocio tiene y seguirá teniendo un papel muy importante en la vida de la Iglesia y de todos los creyentes. Por tanto, diría que desarrollar una comprensión más plena de la Iglesia y seguir viviendo ese ministerio, el del sacerdocio, con su ingente sabiduría, puede ayudarnos a vivir mejor las preocupaciones venideras y a fortalecer la certeza de que seguimos avanzando, que el Señor no abandona a su Iglesia. Ni ayer, ni hoy, ni mañana. Personalmente, vivo esta realidad con gran esperanza.
A su juicio, ¿cómo se armoniza la unidad en la diversidad?
Es un reto, indudablemente, especialmente cuando la polarización se ha convertido en la forma de operar en una sociedad que, en lugar de buscar la unidad como principio fundamental, va de un extremo a otro. Las ideologías han adquirido mayor poder que la experiencia real de la humanidad, de la fe, de los diferentes valores que vivimos. Algunos malinterpretarán la unidad como uniformidad: “Tienes que ser igual que nosotros”. No. Esto no puede ser. Como tampoco se puede entender la diversidad como una forma de vivir sin criterios ni orden. Estos últimos pierden de vista el hecho de que desde la misma creación del mundo, el don de la naturaleza, el don de la vida humana, el don de tantas cosas diferentes que en realidad vivimos y celebramos, no puede sostenerse inventándome mis propias reglas y haciendo las cosas a mi manera. Son posturas ideológicas. Cuando una ideología se convierte, por así decirlo, en la dueña de mi vida, entonces ya no puedo dialogar con otra persona porque ya he decidido cómo serán las cosas. Por lo tanto, estoy cerrado al encuentro y la transformación no se puede dar. Y eso puede ocurrir en cualquier lado del mundo a propósito de cualquier cuestión. Esto, obviamente, hace que sea muy difícil ser Iglesia, ser comunidad, ser hermanos y hermanas.
¿Cómo le ayuda la figura de San Agustín en su día a día?
Una de las cosas que me viene a la mente cuando pienso en San Agustín, su visión y comprensión de lo que implica pertenecer a la Iglesia, es aquello que dice de que no puedes decir que eres seguidor de Cristo sin ser parte de la iglesia. Cristo es parte de la Iglesia. Él es la cabeza. Así que la gente que piensa que puede seguir a Cristo “a su manera”, sin ser parte del cuerpo, es, desafortunadamente, una distorsión de lo que en realidad es una experiencia auténtica. San Agustín tiene una sabiduría que lo permea todo, que nos ayuda a vivir en comunión. La unidad y la comunión son carismas esenciales de la vida de la Orden y parte fundamental a la hora de entender lo que es la Iglesia y lo que supone estar en ella.
A los seminaristas que están en su periodo formativo y que tal vez puedan experimentar algún momento de flaqueza o dudas en su discernimiento vocacional, ¿qué les diría?
Supongo que lo primero que diría son las palabras que Cristo repitió tantas veces en el Evangelio: “No tengan miedo”. El Señor llama y su llamada es verdadera. No tengáis miedo de decir sí. No tengáis miedo de, al menos, abrir vuestros corazones y, si queréis, intentarlo para ver si el Señor os llama a la vida religiosa, a la vida agustiniana o al sacerdocio, o a otras formas de servicio en la Iglesia. Recuerdo cuando era novicio y un fraile mayor que nos visitaba simplemente dijo una palabra que todavía me resuena: “perseverad”. Hay que rezar por esa perseverancia porque ninguno de nosotros está exento de momentos difíciles, tanto si estamos casados, solteros o como agustinos. No podemos rendirnos ante la primera dificultad porque de lo contrario, y esto es importante, nunca llegaré a ninguna parte en la vida. La perseverancia es un gran don que el Señor está dispuesto a ofrecernos. Pero tenemos que aprender a acogerlo y hacerlo vida, a ser fuertes. Es de esos dones que se construyen con el tiempo, en las pequeñas pruebas del inicio que nos ayudan a ser más fuertes, a poder cargar con la Cruz cuando se haga más pesada. Es lo que nos permite y hace capaces de seguir adelante.
Para terminar, ¿qué le gusta hacer cuando tiene un hueco libre?
Me considero un tenista aficionado. Desde que salí de Perú he tenido pocas ocasiones de practicarlo así que tengo muchas ganas de volver a la pista (risas). Aunque mi nuevo trabajo no me ha dejado mucho tiempo libre para ello hasta ahora. Me gusta mucho leer, dar largos paseos, viajar, conocer sitios nuevos y disfrutar del campo en un entorno diferente. Disfruto relajándome con amigos y conociendo a gente tan variopinta de cuyos dones aprendo y aprecio sobremanera. ¿La verdad? Como agustino, tener una comunidad rica, que se construya sobre esa capacidad de compartir lo que nos acontece con los demás, de estar abierto al otro, ha sido uno de los grandes regalos que me han sido dados en esta vida. Descubrir el don que es la amistad nos remite al mismo Jesús. Tener la capacidad de desarrollar amistades auténticas en la vida es hermoso. Y creo que ese es uno de los dones, la amistad, más maravillosos que Dios nos ha dado.