A los peregrinos que han venido a ver al Papa Francisco a Lisboa les gusta acercarse a la feria de las vocaciones a ver el ambiente, arrodillarse ante el Santísimo expuesto en mitad de la polvareda del Parque Tejo y salir a tomar unas Sagres frías después de una jornada intensa.
A muchos les sorprendió la caña desde primera hora de la mañana, de after pray, de before mass, que marcó el Padre Guilherme Peixoto antes de la última Misa de esta JMJ. Decía San Agustín, en consonancia con aquello de que “el que canta ora dos veces”, que “aquel que canta alabanzas, no solo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta alabanzas, no solo canta, sino que también ama a quien le canta”. Entre el eco de aleluyas electrónicos, casullas y sacos de dormir; después de jornadas maratonianas de un lado para otro, bisbiseando el rosario, con la cantimplora vacía y el cuello quemado; ¿cuántas veces y de qué maneras está orando ese chico o esa chica; ese fraile o esa consagrada, con su sola presencia?
Eso sí, hay parte de esta “juventud del Papa” a la que también le gusta -y mucho- verse dando brincos frente a las grandes pantallas, enroscándose entre banderas que las veces hace de rebeca como de mural portátil si no de esterilla socorrida. Como a todo hijo e hija de su tiempo, les tiran los emojis y los hashtag. Y con todo, ahí queda su recogimiento, su capacidad de hacer un tiempo de oración en mitad del jaleo para prepararse para la Eucaristía o la confesión. A estos jóvenes les gusta rezar, juntos y por separado, por lo que se hace palpable en comunión con Dios y con el otro: que su presencia es capaz de trascender a nuestras escabechinas mentales; que su amor se hace elocuente en lo pequeño y el retiro silencioso, también entre la marabunta que se agolpa y discurre por ríos humanos polvorientos -como las tribus de Israel- para escuchar una Palabra Viva.
Reconocernos, escucharnos y ponernos a la par en el camino “desde el amor y la unidad”
La Jornada Mundial de la Juventud deja para la Orden algunos ecos que van en consonancia con lo vivido durante el Encuentro Juvenil Agustiniano.
El P. Maxime Villeneuve, de la Provincia de California, acompañó a 32 de los chicos durante el EJA y la JMJ. “Ha sido un auténtico honor estar en Lisboa y celebrar junto al Papa y los jóvenes la dicha de nuestra fe católica. Una experiencia poderosa, reconfortante, que nos impulsa hacia adelante”.
Del mismo modo, el P. Carlos Flores, de Panamá, aunque en la actualidad trabaja en una de nuestras parroquias en San Diego, nos cuenta “el reto de este reencuentro”. Para él ha sido quinta edición. “El calor, las caminatas… Más allá de las dificultades, que las ha habido, lo asumimos como parte de nuestro peregrinaje, de nuestro caminar espiritual”. “El mundo está esperando algo más de nosotros, los cristianos”, apuntaba por último el P. Carlos.
Estas palabras, junto al “no tengamos miedo” que tanto se ha repetido en el Parque Eduardo VII durante el Vía Crucis o después en la Vigilia, o en la Misa de Envío, ya resonaron durante el EJA en boca del P. Alejandro y monseñor Luis Marín.
¿A qué puede temer el joven católico hoy? ¿Al desánimo? ¿A la frustración? ¿A la soledad? Esto apuntaba el Papa ante una juventud sedienta en todos los sentidos:
"Se repite en la Biblia: `no tengan miedo´. Estas fueron las últimas palabras que en este momento de la transfiguración Jesús dijo a los discípulos: `No tengan miedo'. (...) A ustedes, que cultivan sueños grandes pero a veces ofuscados por el temor de no verlos realizarse; a ustedes, que a veces piensan que no serán capaces, un poco de pesimismo se nos mete a veces; a ustedes, jóvenes, tentados en este tiempo por el desánimo, por juzgarse quizás fracasados o por intentar esconder el dolor disfrazado con una sonrisa; a ustedes, jóvenes, que quieren cambiar el mundo —y está bien que quieran cambiar el mundo— y que quieren luchar por la justicia y la paz; a ustedes, jóvenes, que le ponen ganas y creatividad a la vida, pero que les parece que no es suficiente; a ustedes, jóvenes, que la Iglesia y el mundo necesitan [como] la tierra necesita la lluvia; a ustedes, jóvenes, que son el presente y el futuro; sí, precisamente a ustedes, jóvenes, [Jesús] hoy les dice: "No tengan miedo".
Romina, de Chile, presente en el Encuentro Juvenil Agustiniano y en la Jornada Mundial de la Juventud, tras la vorágine de estas dos semanas, ya con el polideportivo del colegio de Santa Iria de Azóia prácticamente desierto, nos cuenta su experiencia.
“Para mí ha significado una experiencia en Cristo muy fuerte. Ver la presencia de Dios entre tantos jóvenes, en el sacrificio de día a día, ha sido muy bonito y gratificante”. “Transmitir todo lo que hemos vivido y hacerlo más visible. Eso es lo que nos toca”, nos señala con una sonrisa esta joven. “Mi mayor deseo es no olvidar todo lo vivido, esta sensación que tengo de la presencia de Dios en mí. Quiero que mi memoria sea testimonio y fuego al actuar”.
Una nueva oportunidad
La JMJ de Lisboa es una nueva oportunidad, tal y como se ha podido reflejar durante las reuniones de los grupos del EJA, de una mayor vinculación intercircunscripcional. Con el EJA y la JMJ de Seúl en el horizonte, queda por delante un largo trecho hasta volver a encontrarnos , identificarnos, reconocernos, escucharnos y ponernos a la par con iniciativas y propuestas creativas de toda la realidad agustiniana que puedan cumplir durante este itinerario el anhelo del Padre General de ir “desde el amor y la unidad” hasta llegar, como nos señaló el subsecretario para el Sínodo de los Obispos, a estar a “la vanguardia de la Iglesia”.
Discurrir en libertad, dar a conocer el carisma, singularidad e impronta histórica y espiritual que la Orden posee y que la hace valedora de un legado que se mantiene vivo y con fuerza hasta la fecha, entender lo que hace a los jóvenes vibrar y compartir las respuestas de las preguntas que los chicos han trasladado al Prior General durante estas jornadas, son parte del gigantesco reto que queda tras el EJA y la JMJ.
Ahora, después del Envío, donde a los bautizados se nos recuerda nuestra responsabilidad misionera con lo visto, escuchado y aprendido, toca poner los talentos recibidos, sin olvidarnos de nuestras carencias, a rendir mientras nos levantamos para seguir, "con una sola alma, con un solo corazón" el camino que Dios le ha puesto a cada quien frente a sí mismo.