Nos sumergimos en la abadía de Santo Tomás de Brno y en el Museo de Gregor Mendel. Con el apoyo de la comunidad de frailes agustinos que conservan su legado y con el inestimable trabajo del que fuera Prior General y gran conocedor del padre de “la herencia genética”, el P. Miguel Ángel Orcasitas, descubrimos al hombre detrás de sus experimentos; al abad afable, al profesor frustrado, al genio que amplió la ciencia
La vida, obra y legado de Gregor Mendel continúa siendo a día de hoy, 140 años después de su fallecimiento, un libro abierto al que ir agregándole páginas de circunstancias, recovecos y dificultades en su itinerario como religioso y científico. Su prestigio mundial como investigador estuvo fundamentado en su enorme inquietud e ingente actividad científica y multidisciplinar. Se interesó por múltiples campos, aplicando el rigor de su método y la escrupulosidad de sus anotaciones a áreas como la meteorología, la apicultura, la medición de las aguas subterráneas, la observación de manchas solares, o la hibridación de múltiples especies de plantas. Sin embargo, donde sus experimentos alcanzaron la trascendencia que hoy se le reconoce fue en los realizados con los guisantes.
Pero, ¿qué sabemos de la vida de Gregor Mendel como abad de Brno, de su cometido pastoral, de los numerosos obstáculos y graves contrariedades que forjaron su carácter?
El padre Miguel Ángel Orcasitas, en una conferencia compartida con los hermanos de la abadía de Santo Tomás de Brno a finales del 2022, nos muestra la calidad de aquel agustino que “ante las decepciones no se dejó derrumbar por el desaliento sino que supo dirigir su actividad hacia algo útil en cada momento”.
Esta es su historia.
Los problemas económicos y el despertar vocacional
Después de los estudios primarios en Heinzendorf, el pueblo donde nació el 22 de julio de 1822, el párroco y el maestro motivaron a los padres de Iohann a que prosiguiera sus estudios, porque demostraba una inteligencia muy despierta. Entre los 11 y los 21 años de edad el expediente académico de Mendel es excepcional, particularmente en el bachillerato, donde obtuvo la calificación máxima en casi todas las asignaturas y conceptos.
Las dificultades económicas que trajo consigo el accidente laboral de su padre llevaron a Mendel, desde muy temprana edad, a tener que simultanear el trabajo y sus estudios. ''Su azarosa juventud le hizo conocer muy pronto el lado serio de la vida y también le enseñó a trabajar”. Tal y como recoge el padre Orcasitas, “es posible que esa carencia de medios influyera en la realización de su vocación sacerdotal dentro de la Orden, donde podía continuar sus estudios eclesiásticos sin la angustia del sustento cotidiano”. Fue su profesor de física Friedrich Franz, por encargo del entonces abad de los agustinos de Brno, quien ofreció a sus alumnos la posibilidad de ingresar en el monasterio. Mendel y otro candidato acudieron a la invitación, pero Franz sólo recomendó a Mendel, a quien consideraba un joven de excelente capacidad intelectual y "carácter muy sólido"; el más extraordinario de sus alumnos.
Problemas en el hospital y sus reiterados fracasos académicos
Al poco de ser ordenado sacerdote en 1847, Mendel fue destinado al ministerio parroquial, y se le encomendó el cuidado del hospital. Su naturaleza impresionable hizo que enfermara a la vista de los pacientes que trataba. Por tal motivo el abad le retiró de esta actividad, orientándole hacia la docencia. Comenzará siendo profesor suplente de latín, griego y literatura alemana en Znojmo, fuera de la ciudad de Brno, desempeñando su labor de modo “muy satisfactorio”.
Por una disposición legal del ministerio de cultura y educación, era necesario poseer el grado de profesor titular para impartir enseñanzas en los centros docentes del Estado. Mendel se presentó a la oposición ante un tribunal de Viena. Pero su formación en física, ciencias naturales o biología era todavía muy precaria y autodidacta. Aunque hizo bien alguna de las pruebas de física, no superó la oposición.
Volverá a la docencia como suplente, ahora ya de materias relativas a historia natural, pero enseguida el abad le envió a Viena para que realizara dos cursos de estudios universitarios en las materias que iban a ser objeto de su dedicación futura.
“Gracias a este primer suspenso, Mendel aprendió mucho y se formó sólidamente junto a científicos de reconocido prestigio. Mendel conocía en el monasterio las preocupaciones y bibliografía de los experimentadores en hibridación, y los problemas prácticos que tenía planteada la herencia, pero sin los conocimientos adquiridos en Viena y sin el contacto con los teóricos de la herencia difícilmente hubiera logrado organizar la metodología irreprochable de su experimentación, ni establecer la síntesis entre práctica y teoría que constituye su aportación formidable en este problema de la herencia”, apunta el padre Orcasitas.
Concluida su preparación en Viena regresó a Brno y continuó enseñando como profesor suplente. Quiso presentarse de nuevo al examen para obtener el grado de profesor titular, pero no lo logró, por su debilidad física. Los exámenes escritos fueron calificados como magníficos, pero en pleno examen sufrió un ataque, “probablemente epiléptico”, y tuvo que volver al convento con las manos vacías.
En lo sucesivo ya no volverá a intentarlo de nuevo. En este tiempo ya trabaja en su colosal experimento. Ejerció, hasta su nombramiento como abad, durante catorce años, como profesor suplente con una gran idoneidad. "Su comportamiento ha sido, bajo todos los conceptos, excelente. Lleno de un amor sincero y cordial a la juventud, sabe mantener la disciplina con medios simples. Su discurso es claro, lógico y totalmente adaptado a la capacidad de comprensión de los jóvenes”, señalan desde la Dirección del Oberrealschule Imperial. "Se entregaba a su profesión tan contento y con un celo tan lleno de amor; sabía tratar la materia de enseñanza siempre de una forma tan agradable y atractiva, que uno se alegraba ya al pensar en la clase siguiente”, decían sus alumnos.
''Era un hombre con la cabeza grande, frente alta y gafas doradas, tras las cuales se adivinaban unos ojos amistosos y, sin embargo, penetrantes, azules. Llevaba casi siempre el mismo traje, la vestimenta de paisano de los monjes: una chistera en la cabeza, la levita larga, negra, la mayoría de las veces demasiado amplia, y pantalones cortos que quedaban metidos en unas botas de caña altas y sólidas"
El sacerdocio de Mendel y su labor científica
El crecimiento dentro de su vocación religiosa fue a la par que el desarrollo de su vocación experimental. “Hay esquemas autógrafos de homilías —señala el padre Miguel Ángel—, que reflejan un sacerdote doctrinalmente ortodoxo y religiosamente sensible, que transmite con imágenes sacadas de la naturaleza, en un lenguaje vivo e inteligible, la doctrina y moral católicas”.
Inquieto y siempre preocupado por “el bien espiritual de los religiosos de la comunidad”, el padre Miguel Ángel no duda en señalar las fuentes bibliográficas de aquellos testimonios ajenos que hablan del impecable espíritu sacerdotal y religioso; de su comprensión, vocación de servicio y extremada generosidad con los pobres, ”a los que ayudaba sin hacer sentir el peso de la ayuda”.
“Se puede afirmar que Mendel fue el gran científico que hoy conocemos porque fue fraile en la abadía agustiniana de Brno”.
El entorno de la abadía y su singularidad, único en la Orden, pues nunca ha existido ni existe hoy otra abadía agustina, fue capital para el desarrollo del padre Gregor en esta doble vocación. Parte de la comunidad de frailes se dedicaba al ministerio parroquial mientras que el resto impartía clases y se dedicaba a la investigación científica, normalmente de materias no eclesiásticas. El hecho de que una buena parte de los sacerdotes agustinos tuvieran su trabajo fuera de los muros de la abadía, “le llevó a relacionarse con la sociedad circundante y a estar presentes en las inquietudes culturales y sociales de su entorno”.
Enfrentados al obispo de Brno y la reforma de la comunidad
“Todas las órdenes antiguas atravesaban entonces un momento de decadencia desde el punto de vista religioso”, apunta el padre Orcasitas. Fue en ese contexto que los obispos de Bohemia solicitaron a la Santa Sede la realización de una visita apostólica. El cardenal de Praga, el príncipe Schwarzenberg, encomendó al obispo de Brno, el conde de Schaaffgostsche, la visita a los agustinos, para proceder a su reforma. El obispo manifestó descontento con la actividad desarrollada por la abadía, por juzgarla excesivamente secular. A juicio del obispo se trata de "una sociedad de varones que, ocupados en la cura pastoral y en el cultivo de las letras, se consagran al desempeño de funciones públicas" (...) “'desean ser útiles, pero olvidan la esencia del estado regular; mientras recogen méritos por el cultivo de las ciencias y sus trabajos, ignoran la milicia religiosa, las meditaciones y mortificaciones claustrales".
Quizás por exagerada y excesiva no fue atendida la sugerencia del obispo de suprimir el convento. Si bien eran ciertas algunas irregularidades en la organización de la vida comunitaria, tales como “la escasez de rezos o carencias en la vida común que lesionaban el voto de pobreza”, la comunidad no estaba dispuesta a desistir de su dedicación científica y sí a enmendar aquellos comportamientos impropios, evitando excesos y organizando con mayor rigor religioso la vida de los frailes. Mendel dirá más tarde, siendo ya abad, que la dedicación a la ciencia, en sus diversas vertientes, ha sido siempre una finalidad principal del monasterio; independientemente de que esta necesitase una reforma. Él mismo, con un cierto sentido ascético, renunciará al uso de algunos privilegios que le otorgaba su condición de abad, para fomentar la vida comunitaria.
Un legado para la historia
En la preparación del material para su experimento más conocido, el realizado con los guisantes, invirtió dos años, hasta cerciorarse de trabajar con razas puras. Manejó más de 27.000 plantas, cruzó con paciencia gran número de ellas, en un trabajo ingrato y de gran desgaste visual. Cuando llegó a descubrir la relación matemática de los caracteres heredados, gracias a la amplitud de su experimento, elaboró la síntesis del mismo, dando cuenta del trabajo de nueve años en una publicación de 45 páginas. Sólo el rigor científico y el convencimiento de estar llegando a conclusiones importantes puede explicar su minuciosidad, método y paciencia.
El 30 de marzo de 1868, a sus 45 años, fue nombrado abad del monasterio, por votación unánime de la comunidad. Si bien creyó en un primer momento que dispondría incluso de más tiempo para la investigación, pues dejó la docencia, el tiempo se encargó de demostrarle la incompatibilidad entre el trabajo científico y el burocrático. El abad de Brno —cargo vitalicio, de rango casi episcopal— era una de las personalidades de la ciudad y sus compromisos sociales le robaban gran parte de su tiempo.
Poco después se embarcó en un pleito con el gobierno que le restó sosiego y salud. El mundo liberal reaccionó violentamente ante las definiciones del Concilio Vaticano I y frente a la actitud general del pontificado. En Austria se aprovechó esta onda para intentar controlar a la Iglesia, poniendo en manos del Estado los nombramientos eclesiásticos y estableciendo una nueva política fiscal. Dentro de este último apartado se decretaron en 1874 gravosos impuestos a los monasterios, para atender con esos medios al clero secular. Mendel se enfrentó abiertamente a esta disposición que privaba al monasterio de la cuarta parte de sus ingresos, por considerarla arbitraria y lesiva de los derechos de propiedad, que, a su juicio, debían ser iguales para todo el mundo. Su lucha fue tenaz y no se doblegó ni ante los honores otorgados por su condición de abad, ni ante gestos de confianza del gobierno, realizados para ganar su voluntad, tal como su nombramiento como presidente del Banco Hipotecario de Moravia, ni ante componendas "honorables” que eximían excepcionalmente de pago al monasterio, sin modificar la legislación ni su filosofía. Mendel quería la rectificación de las disposiciones legales, y no sólo el respeto de los bienes del monasterio.
Del silencio de la comunidad científica a un legado de Nobel
Mendel murió el 6 de enero de 1884.
Hubo de vivir la gran decepción del silencio con que el mundo científico acogió su trabajo. Probablemente se adelantó a su época, pues sólo 34 años después de la publicación de sus resultados y 16 después de la muerte, reconoció la comunidad científica internacional la importancia de sus descubrimientos. Sin embargo, Mendel estaba plenamente convencido de la validez de su trabajo. Pocos meses antes de morir pronunció una frase que refleja claramente esa convicción:
"Aunque he tenido que sufrir muchos momentos amargos en mi vida, debo reconocer con agradecimiento que han prevalecido las cosas buenas y gratas. Mis trabajos experimentales me han reportado muchas satisfacciones, y estoy convencido de que, no tardando mucho, todo el mundo apreciará el resultado de mis investigaciones".
Aunque tuvo que luchar contra la pobreza, la enfermedad, el fracaso académico o la incomprensión y las circunstancias modificaron su dedicación en varias ocasiones, en todo momento surgió el hombre con carácter, capaz de orientar su vida de manera útil y fructífera para sí mismo y para los demás. Sólo sus ocupaciones como abad y las polémicas jurídicas que le enfrentaron con el gobierno le hicieron perder capacidad, serenidad y tiempo para su reposada, paciente y tenaz investigación científica, que caracterizó toda su vida.
De sus ensayos, anotaciones, experimentos y conclusiones, han salido incontables grupos de investigación, tesis doctorales y dos premios Nobel, como los otorgados en 2012 a Robert J. Lefkowitz y Brian K. Kobilka por la academia sueca por los estudios de la Proteína G y sus receptores.
“Mendel –concluye el padre Orcasitas– fue un religioso honesto que demostró con su dedicación científica desde la vocación religiosa, la compatibilidad posible entre ciencia y fe”.