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Comienza la fase diocesana para la canonización del misionero Salustiano Miguélez


En la histórica catedral de la ciudad de Salta, al norte de la república Argentina, se inició la investigación diocesana sobre la vida, virtudes, fama de santidad y signos del Siervo de Dios Salustiano Miguélez Romero (Santibáñez de Tera, Zamora, España, 1919-Madrid, 1999) sacerdote profeso de la Orden de San Agustín.


La ceremonia se desarrolló en dos partes. Fue monseñor Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta, quien presidió la Misa de acción de gracias por el don de la vida de este misionero agustino. Monseñor Cargnello destacó cómo en la víspera de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, es providencial resaltar el vínculo que existe entre la santidad y la Eucaristía, y cómo los santos y otras personas que han muerto en olor de santidad, como Salustiano Miguélez, “permanecen para nosotros como faros y nos enseñan a ser pan partido para los demás”.


Al mismo tiempo, el arzobispo de Salta destacó la importancia del acontecimiento histórico de la apertura del proceso, por ser el primero desde la fundación de la diócesis en 1806. Tras la Eucaristía, tuvo lugar la primera sesión pública de la investigación diocesana, en la que Su Excelencia, los miembros del tribunal y el postulador general prestaron juramento.


Durante el acto estuvo presente el P. Alexander Lam, asistente general para América Latina en representación del prior general. También participaron de la Misa y arranque de la fase diocesana el P. Ángel Rodríguez García, superior del vicariato agustiniano de Argentina y Uruguay, y el P. Pablo Hernández Moreno, colaborador del postulador general, quienes, junto a varios hermanos agustinos, agustinas misioneras, miembros del clero diocesano y numerosos fieles, formaron parte de esta buena nueva de la que se espera, con profunda ilusión y devoción, su feliz desenlace.


Todo para ver a Salustiano Miguélez, este infatigable misionero, elevado a los altares.



Sobre la vida y obra de Salustiano (1919 - 1999)


El P. Salustiano nació en Santibáñez de Tera, Provincia de Zamora, España, el 19 de febrero de 1919, cuarto hijo del matrimonio, profundamente cristiano y amante de su querencia zamorana, de Anastasio Miguélez Lera y María del Socorro Romero Álvarez. Fue bautizado en la parroquia de San Juan Bautista. Realizó sus primeros estudios en su pueblo natal, teniendo como Maestro a Don Emeterio, dedicado plenamente a la enseñanza y a la educación cristiana de los alumnos, sin escatimar tiempo u ocasión. Durante el periodo que va de 1930 a 1932, realizó los estudios secundarios en la Preceptoría de Rosinos de Vidriales, cerca de su pueblo natal. En 1933 ingresó a la Escuela Apostólica Agustiniana, localizada en el histórico Monasterio de Santiago Apóstol y Castillo, en la localidad de Uclés, Provincia de Cuenca, donde la Orden de San Agustín tenía su casa de formación y el noviciado, lugar en el que prosiguió los estudios Secundarios. Tomó el hábito de novicio de la Orden de San Agustín en Uclés el 11 octubre de 1934 e hizo su Profesión Simple, también en Uclés, el 12 de octubre de 1935. En ese mismo año comenzó filosofía con gran entusiasmo y plena dedicación.


Todo fue interrumpido en 1936, al estallar la Guerra Civil Española, el 18 de julio, cuando Salustiano contaba con 17 años. Como todos los seminaristas, fue expulsado del Seminario el día 24 de julio. En los días siguientes murieron martirizados varios sacerdotes agustinos. Los estudiantes fueron repartidos entre las familias del mismo pueblo de Uclés, de modo que Salustiano quedó bajo el cuidado de una familia, junto a la cual se dedicó a las labores del campo, trabajando como un labrador más, bregando con el arado, la azada y la hoz para ganarse el sustento diario, durante casi dos años.


En el bando replublicano durante la Guerra Civil


En enero de 1938 fue incorporado al ejército republicano de Cuenca, cuando contaba con 19 años, a pesar de su diminuta talla y su faz lampiña; destinado a servicios auxiliares, el 11 de julio salió para el Alto del León. Padeciendo el hambre diaria, acosado por el fuego incesante y ante la cercanía de los Nacionales, sintió un impulso angustioso de abandonar las filas, cosa que no llevó a cabo, al menos al inicio, por la estrecha vigilancia y el seguro fusilamiento que le podría esperar. Pero el 29 de agosto ya no pudo resistir más los gritos de la conciencia y se dispuso a dar cumplimiento a su deseo o a morir si le sorprendían. Llegando la noche, se encomendó a la Santísima Virgen y a Nuestro Padre San Agustín; al retirarse de la guardia entretuvo a un compañero, charlando hasta llegar al sitio elegido, y entonces le dijo: «¿Qué luz es aquella?» - aunque no había ninguna -. «Anda a ver si la descubres» – le dijo. El compañero le creyó y salió a descubrirla. Fr. Salustiano descargó su fusil y lo dejó allí; tiró lejos el del compañero, tomó sus bombas de mano y saltó la alambrada roja. Echó a correr y a los pocos minutos oyó el ¡alto! de los nacionales. Salustiano contestó que dejaba las filas, ellos mandaron que siguiera hacia arriba dando palmadas; pero no podía moverse porque se había enredado en la alambrada y ya solamente esperaba el tiro fatal. Un buen Alférez fue hacia él, le tomó las bombas, lo desenredó y lo abrazó, la emoción lo dejó sin habla un rato. Después rindió sus declaraciones y, al día siguiente, leyó su caso en la prensa nacional, con el título de “El último evadido”.


Terminada la guerra, en 1939 se trasladó al Monasterio de Nuestra Señora de La Vid, pidiendo su reincorporación a la Orden de San Agustín. Prosiguió con sus estudios y el 1 de enero de 1941 hizo su profesión solemne en el monasterio, a los pies de la preciosa Imagen de la Virgen.


En 1942 se trasladó a Zaragoza, donde prosiguió los estudios sacerdotales, con los teólogos de la Provincia de Filipinas, dada la escasez de estudiantes en esos años posteriores a la contienda nacional. Al año siguiente, 1943, nuevamente regresó al añorado Monasterio de La Vid, y comenzó a recibir las llamadas órdenes menores. El 23 de diciembre fue ordenado sacerdote en Madrid, por Mons. Eijo y Garay. El P. Salustiano había cumplido veinticinco años. Unos días después, el 3 de enero de 1945, celebró la primera misa solemne en su pueblo natal de Santibáñez de Tera. Concluidas sus vacaciones fue destinado a la Universidad de Salamanca, obteniendo la liicenciatura en Derecho Eclesiástico (1945-1947). El 25 de septiembre de 1947 fue destinado al Colegio del Buen Consejo de Madrid, como profesor y encargado de los Internos. Luego fue destinado al Monasterio de Nuestra Señora de La Vid, como profesor de Teología Moral y de Derecho Canónico, además de pedagogo o ayudante del maestro de profesos (1951-1954).




Superior del Monasterio de La Vid con tan solo 35 años


En el Capítulo de 1954 y hasta 1957 fue nombrado superior del monasterio, contando con 35 años de edad y apenas siete años de su ordenación sacerdotal. Al final de este periodo fue elegido como secretario de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de España, por lo que se trasladó a Madrid, donde se desempeñó con mucha responsabilidad y competencia. Sin terminar el tiempo capitular, el 11 de octubre de 1959 fue nombrado secretario general de la Orden, cargo que ejerció en la Curia General, en Roma. Coincidió con los inicios del gran acontecimiento eclesial del concilio ecuménico Vaticano II, en la ciudad de Roma. Cuatro años más tarde, en 1965, es nombrado asistente general de la Orden. El servicio que desempeñó en la Curia General le fue útil para conocer y amar siempre más a la Orden, a la cual se dedicó con una entrega total.


Es precisamente en esos años que se abrió, como lugar de misión, la prelatura de Cafayate, en el norte de la República Argentina. Concluido su servicio en la Curia General Agustiniana, regresó a Madrid, el 17 de diciembre de 1971. Precisamente, un año más tarde, en 1972, por elección propia, fue destinado a la prelatura de Cafayate. Fue nombrado Párroco de Ntra. Sra. de la Candelaria, en Santa María, Catamarca, donde permaneció hasta 1988. Luego fue destinado a la comunidad de Santa Teresa, en la ciudad de Salta, asumiendo como vicario cooperador de San Antonio. En este barrio - donde permaneció hasta 1999 – dejó una gran herencia, formando una comunidad muy compacta y unida espiritualmente. En septiembre de 1999, cuando fue a España para sus vacaciones, no sabiendo que no regresaría a su amada Argentina, la muerte lo alcanzó allí, en su España natal. Particularmente en la Vicaría de San Antonio, en la Arquidiócesis de Salta, sintieron profundamente su deceso, pues había desarrollado una tarea pastoral muy grata y cercana a toda la feligresía.


Su amor por la Orden y San Agustín


Hasta el día de hoy está bien difundida su memoria y afecto en la ciudad de Salta, donde muchos recuerdan su testimonio de santidad de vida. Su determinación de emprender el trabajo donde la obediencia lo llevaba, lo hizo sembrar varios proyectos a favor del pueblo que le fue encargado en esos años de intenso trabajo pastoral. No sabía qué significaba detenerse a descansar, siempre estaba completamente ocupado con los fieles, al lado de quien lo necesitaba más. No raramente se le veía caminar en ambientes donde era común la prostitución, siempre con su hábito agustino, hablando con las mujeres explotadas y prisioneras en los círculos del sufrimiento y de la injusticia. Él las consolaba y las animaba a buscar otras vías, más acordes a la dignidad del ser humano. Los niños eran sus predilectos, y con ellos se encontraba en su ambiente, compartiendo la Palabra de Dios en modo simple. Amaba acompañar a las parejas, antes o después del matrimonio, ayudándoles a descubrir de mejor manera su noble vocación para formar una familia cristiana. Con los jóvenes no solo se limitaba a formarlos, sino que los ponía de frente al reto de la vocación a la vida consagrada agustiniana. De hecho, de su apostolado, resultaron algunas vocaciones para la vida agustiniana. Amaba a la Orden y tenía en gran afecto las devociones agustinianas, pues donde quiera que trabajó, las propagó.


Todo esto lo sostenía con una intensa vida de oración. Los testigos cuentan cómo muchas veces se le veía, antes de celebrar los sagrados misterios, a él solo en la capilla, recogido en una intensa oración, contemplando lo que haría en la celebración de la Eucaristía. Su devoción filial a la Virgen María transpiraba en sus gestos de devoción cotidiana. En sus recorridos por las calles de los barrios se le veía con el rosario en mano, rezando en silencio.


¿De dónde viene su fama de santidad?


Vivió su vocación agustiniana con un intenso amor hacía San Agustín: no era un amor meramente académico, sino un amor de hijo hacia su padre espiritual, un amor que lo formó para la perfecta vida común, según los principios centrales de la Regla. Se sentía orgulloso de haber sido llamado a esta forma de vida consagrada para servir a Cristo y a su Iglesia, que tanto amaba. Como Agustín, vivió el momento del dolor y de la enfermedad con los ojos hacia el cielo, preparándose para el encuentro con Dios Padre, seguro, como muchas veces afirmaba, de que Dios es rico en misericordia. Como ya se mencionó antes, en el mes de septiembre de 1999, fue a España, para disfrutar de sus merecidas vacaciones. Volvió a recaer en la enfermedad del cáncer en los pulmones y, después de unos meses de tratamiento, el día 16 de diciembre del mismo año, falleció en Madrid, a los 80 años de edad y 64 de vida religiosa.


La fama de santidad que todavía persiste después de su muerte es un signo tangible de su modo simple, pero al mismo tiempo intenso, de vivir el Evangelio, entregándose enteramente por amor y con amor hacia Dios y hacia su prójimo.


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