Hace apenas unos días, la Oficina de Comunicación de la Curia General conocía con pesar el fallecimiento a los 102 años de edad de sor Gemma Barrichello
Después de una vida entregada al Señor, la comunidad de Lecceto, donde pasó sus últimos 17 años, ha querido dedicarle unas últimas palabras en memoria de esta mujer que hasta el último de sus días, hasta que la enfermedad y desgaste del tiempo la tuvo postrada en su cama, quiso vivir hasta las últimas consecuencias esta máxima: “quien reza y ama al Señor vive y muere feliz”.
Con Dios entre ceja y ceja desde muy temprana edad
Tal y como cuentan sus hermanas de comunidad en una preciosa semblanza que han hecho llegar a la Curia, sor Gemma tuvo claro desde muy niña que su objetivo era ser de Dios.
Nació en San Vito di Bassano del Grappa el 11 de septiembre de 1922 bajo el nombre de Domenica -aunque en casa todos la llamaban Assunta-, y fue la primera de los diez hijos que tuvieron Giovanni e Ines Battilana.
Como primogénita, ayudaba en casa a su madre en el cuidado de sus hermanos y a su padre, que era agricultor, con las cosas de la huerta.
Desde muy pequeña, sus padres la educaron en el amor a Dios y la oración. El hecho de que tuvieran una iglesia muy cerca, que lindaba con los terrenos de la familia, fue clave en su discernimiento y sí definitivo al Señor, pues no había mañana que se perdieran la Santa Misa.
El drama de la Segunda Guerra Mundial y el espectacular florecimiento vocacional en el seno familiar
La Segunda Guerra Mundial, al igual que en tantas familias italianas, irrumpió en su familia con un gran dolor. Su hermano Angelo, que se había presentado al reclutamiento con otros muchachos, fue deportado inmediatamente a un campo de concentración en Alemania. Su madre, Inés, junto con otras madres, viajó a Alemania en un tren de mercancías para tener noticias de su hijo. Sin embargo, no pudo verlo y, a su regreso, perdió al hijo que esperaba en su vientre.
Tras dos años de cautiverio, Angelo, por fin, regresó a casa al final de la guerra en un “estado lamentable”. Fue por aquel entonces cuando Assunta, a la postre sor Gemma, consiguió convencer a sus padres para ingresar, el 25 de marzo de 1946, a la edad de 23 años, en el monasterio agustino de Schio, en la provincia de Vicenza, después de muchos años tratando de esposarse con Cristo.
Su hermana de sangre, Antonietta, ocho años más joven que ella, deseosa también de consagrarse, la siguió a Schio en 1952, recibiendo en su vestición el nombre de Sor M. Petronilla del Espíritu Santo.
Dos hermanas gemelas de sor Gemma y sor M. Petronilla, Pia y Agnese, también sintieron la llamada del Señor, pero como ya había dos hermanas en Schio, entraron en el Monasterio de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento en Bassano del Grappa.
¡Cuatro vocaciones en una misma familia bendecida por Dios!
La memoria viva de su comunidad de Lecceto: “Un ingenio ágil hasta el final”
Recordar lo que significó para cada una de nosotras tener a sor Gemma como hermana es asombrarse de la belleza de nuestra vida contemplativa y de cómo la intimidad con el Señor Jesús, vivida en el don de sí en la Comunidad y en la oración de intercesión por el mundo, hace la vida gozosa, luminosa y llena de gratitud.
La vida de Sor Gemma abarcó más de un siglo de la historia del mundo; nosotras vivimos con ella los últimos 17 años de su vida, desde que, junto con otras cuatro Hermanas, entre ellas su hermana sor Petronilla, dejaron su Monasterio de Schio para unirse a nuestra Comunidad, pues eran las únicas que quedaban. Entonces nos impresionó el valor, la madurez, la fe y la alegría con que tomaron la dolorosa decisión de cerrar el Monasterio. Sor Gemma era la mayor e inmediatamente se implicó en la vida de la nueva Comunidad, disfrutando especialmente de la Liturgia.
Tenía un carácter fuerte que se fue dulcificando con el paso de los años. Tenía un ingenio rápido y una inteligencia aguda que conservó hasta el final.
En nuestros corazones, son sobre todo los últimos años de su enfermedad los que permanecen vivos, como testimonio de cuánto obra la Gracia y la Misericordia de Dios en los que le aman.
Pasaba sus días en continua oración, con las cuentas del Rosario en las manos. Cuando alguien iba a visitarla, ella acogía a cada uno con gran alegría y gratitud. Tenía para cada uno una ternura especial, diferente. Nos sentíamos amados por ella de una manera única, como nos ama el Señor Jesús.
Sus últimos días pasaron en su celda, entre la cama y el sillón, con las cuentas del Rosario siempre en la mano, en constante oración, esperando el ansiado encuentro con el Esposo.
Nunca imaginó que sería la última monja de Schio que quedaría viva y que sobrepasaría el umbral de los 100 años. Ella solía decir que estaba en la purificación de su vida; nosotras decimos que era un hermoso testimonio de la alegría que brota de una larga vida entregada al Señor, a su Iglesia, a la Orden de San Agustín, que contagiaba a quienes se acercaban a ella.
Su muerte, ocurrida mientras todas estábamos a su alrededor rezando el Rosario, es la síntesis de su vida: "quien reza y ama al Señor vive y muere feliz".